El conjunto monumental de el Museo Convento San Francisco y Catacumbas de Lima, conocido también como San Francisco el Grande o San Francisco de Jesús, se sitúa en el corazón del centro histórico de Lima. Este complejo, junto con el Santuario Nuestra Señora de la Soledad y la Iglesia del Milagro, conforma uno de los espacios más artísticos y encantadores de la ciudad. Ramón Menéndez Pidal, notable filólogo y erudito español, expresó sobre él: «Es el monumento más grande y más noble que erigiera en estas tierras de prodigio la conquista».
Ubicación del Museo Convento San Francisco y Catacumbas
La Iglesia de San Francisco de Jesús se encuentra en la esquina formada por la tercera cuadra del jirón Ancash (calle San Francisco) y la primera cuadra del jirón Lampa (calle Soledad).
Descripción de la fachada y estilo.
La fachada principal de la Iglesia de San Francisco es un ejemplo del estilo barroco limeño, destacando por su elegancia, solidez y monumentalidad. Los muros están decorados con un almohadillado rítmico que culmina en una balaustrada de madera en la parte superior.
Descripción del interior del Museo Convento San Francisco y Catacumbas
Dentro del complejo, se pueden admirar el altar mayor de estilo neoclásico, las catacumbas y el museo, la portería, la sala capitular y el claustro. Al cruzar la puerta principal, a la izquierda, se encuentra una placa de mármol con el emblema de la Santa Sede y una inscripción conmemorativa.
Historia del Museo Convento San Francisco y Catacumbas
La Basílica de San Francisco en 1673, según Pedro Nolasco, y a principios del siglo XX, ha sido un testimonio duradero del esplendor arquitectónico y cultural de Lima. Este conjunto de recintos religiosos es uno de los más importantes y extensos legados de la época virreinal, generando un gran interés entre los visitantes. El complejo incluye el Santuario de Nuestra Señora de la Soledad, con su portada neoclásica; el Convento de San Francisco, con su fachada barroca; y la Capilla del Milagro, con un frontis neoclásico, conformando un maravilloso conjunto monumental.
Tras la fundación de Lima el 18 de enero de 1535 por Francisco Pizarro, se distribuyeron los solares de la ciudad. A la orden Franciscana de los Doce Apóstoles se le cedió un solar vecino al de Santo Domingo. En este terreno, fray Francisco de la Cruz construyó una pequeña capilla. Sin embargo, tras la partida del Padre De la Cruz y la ausencia de otros franciscanos, el solar fue abandonado y Pizarro lo anexó al terreno de los dominicos, asignando otro solar a los franciscanos en lo que hoy es la Capilla de Milagro. En 1546, Francisco de Santa Ana llegó a Lima y recuperó el terreno, erigiendo una pequeña iglesia que luego fue ampliada por el virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, protector de la Orden. Durante el siglo siguiente, el templo fue enriquecido con numerosas decoraciones, convirtiéndose en una joya del arte virreinal. Sin embargo, en 1614, fray Miguel de Huerta observó que los cimientos del templo eran inadecuados, lo que comprometía su solidez.
El 4 de febrero de 1655, un terremoto destruyó el templo franciscano y sus valiosas obras artísticas. La Orden, sin desanimarse, encargó al arquitecto portugués Constantino de Vasconcellos y al alarife limeño Manuel Escobar la construcción de un nuevo templo en el mismo sitio. El virrey Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste, colocó la primera piedra el 8 de mayo de 1657, y fray Luis de Cervela continuó la obra, culminándola en 1669. El nuevo templo fue inaugurado el 3 de octubre de 1672, y las reparaciones internas del convento continuaron hasta 1729.
Actualmente, el interior del Convento de San Francisco es conocido por sus atractivos patios y jardines rodeados de arquerías con zócalos de azulejos sevillanos del taller de Hernando de Valladares. Según las tradiciones narradas por Ricardo Palma, estos azulejos fueron colocados por Alonso Godínez, condenado a la horca por homicidio y posteriormente perdonado bajo la condición de vestir el hábito de lego y permanecer en el convento. Los azulejos, donados por figuras como Catalina Huanca, ahijada de Francisco Pizarro, llegaron desde Sevilla. Además, la abundante madera de cedro usada en las obras de arte del convento fue proporcionada por Pedro Jiménez Menacho, quien, según Palma, aceptó como pago un pocillo de chocolate, dejando los recibos cancelados. Esta madera se empleó en los artesonados del claustro mayor.