La Isla del Gallo, un paraíso del Pacífico tropical dentro del municipio de Tumaco se encuentra la famosa. Es mundialmente famosa debido al episodio ocurrido allí, durante la conquista española y protagonizado por Francisco Pizarro, quien se apropiaría del Perú y de una de las mayores civilizaciones precolombinas de América, el Imperio Incaico. La historia dice que en la isla del Gallo, Pizarro, luego de muchas peripecias sin lograr encontrar al Perú, trazó una línea demarcatoria con su espada y presionó a sus compañeros a que lo sigan en esa quimera. Aquellos que cruzaran la línea, seguirían con él, el resto se volvería a lo que hoy es Panamá. 13 de sus soldados lo siguieron y así emprendieron una de las historias más ignominiosas y espectaculares de la conquista española de América.

La isla del Gallo es muy pequeña y prácticamente no hay muchas comodidades para el turista, que, en general, suele visitarla durante el día.

Historia de la Isla del Gallo

La isla es una formación rocosa, hoy en día unida al continente, que está ubicada en el extremo sur del delta del río Patía. En la actualidad hace parte del municipio costero de Francisco Pizarro, en el Departamento de Nariño. Diferentes documentos y crónicas antiguos permiten dimensionar la importancia de ese espacio en la exploración europea del Mar del Sur (Océano Pacífico), a comienzos del siglo XVI. Quizás, Antonio de Herrera y Tordesillas fue de los cronistas que más espacio dedicaron a los acontecimientos con los que la isla estuvo relacionada. Por ejemplo, informó que Bartolomé Ruiz, uno de los pilotos más célebres del período, se detuvo en la Isla del Gallo durante un recorrido que lo llevó a explorar las costas del Perú.Aparte de ese hecho, que tuvo lugar posiblemente en 1524, narró otra serie de situaciones que han hecho célebre a la isla.

En 1526, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, durante su segundo viaje por el Mar del Sur, se detuvieron en la Isla del Gallo. Para ese entonces ya habían recorrido la costa norte del actual Pacífico colombiano y tenían información acerca de las riquezas que les esperaban en las tierras de los incas. Según Herrera y Tordesillas, estuvieron 15 días en la isla, tiempo que aprovecharon para reponerse de las desventuras del viaje. Con respecto a la isla, el historiador señaló que era “pequeña, habitada, y de una legua de contorno”, longitud que corresponde a una extensión aproximada de cuatro kilómetros cuadrados. Es decir, se trataba de un islote pequeño. Algunos integrantes del contingente con el que había comenzado el viaje, que según varios autores superaba los 100 hombres, perecieron durante los combates que en distintos lugares sostuvieron con los indígenas o debido a lo inhóspito que les resultó el entorno. Desde la isla partieron nuevamente a explorar el interior, es posible que adentrándose por el río Patía o por el San Juan de Micay, antes de seguir su rumbo hacia el pueblo de Iacamez (quizás, Atacames, en el actual Ecuador).

Después de haber recorrido la Bahía de San Mateo (en la actual Esmeraldas), 85 hombres que quedaban volvieron junto con Pizarro a la Isla del Gallo a buscar refugio, pues, una vez más, la expedición había sido repelida por los indios, y los soldados no lograron tolerar las características del terreno y el clima. Pizarro se quedó con ellos, mientras que Almagro partió a conseguir bastimentos. Una vez este llegó a Panamá, el gobernador de Castilla del Oro, Pedro de los Ríos, recibió noticias sobre las desventuras de la expedición, por lo cual ordenó a Juan Tafur ir a la Isla del Gallo para que recogiera a los sobrevivientes y los llevara de vuelta a Panamá.

Juan Tafur llegó a la Isla del Gallo, tal vez en 1527, con la orden impartida por el gobernador, pero Pizarro intentó persuadir a los soldados diciendo que abrigaba la esperanza de que alcanzarían grandes riquezas si se quedaban. Tafur se paró frente al navío y dibujó una raya, al parecer en el suelo, con la que separó la embarcación del lugar en el que estaba Pizarro. Conminó a los expedicionarios para que los que quisieran ir a Panamá se embarcaran y los que prefirieran quedarse se abstuvieran de cruzar la raya. Al final de la prueba, con Pizarro se quedaron trece soldados y un mulato, quienes se ofrecieron para seguirlo y morir con él. Tafur se rehusó a dejarles uno de los dos navíos que había llevado, pero afirmó que enviaría otra embarcación desde Panamá.

Pizarro y su hueste, junto con algunos indios, se quedaron en la isla Gorgona. Pese a lo inhóspita que les resultaba a los castellanos, en la isla tenían agua y podían alimentarse de peces, aves y mamíferos. A partir del relato de Herrera y Tordesillas es imposible establecer el tiempo que estuvieron allí. Algunos autores sugieren que la estancia fue de tres meses, mientras que otros indican que fue de seis. El gobernador de los Ríos autorizó el envío de un navío que debía recoger a Pizarro y a su hueste, quienes finalmente fueron rescatados en Gorgona. Después siguieron su viaje por el mar, hasta que llegaron a las costas del actual Perú. Esa fue la primera incursión de Pizarro en los dominios de los incas, antes de regresar a Panamá y de emprender el viaje a la Península Ibérica para solicitar las capitulaciones que lo autorizaban a conquistar el Tawantinsuyo.

Estos episodios, en especial la historia de los hombres que se quedaron con Pizarro, conocidos como “los trece de la fama”, han sido narrados de distintas formas en otros documentos y crónicas. Si bien los autores difieren con respecto a las fechas y al tiempo que la hueste pasó en la Isla del Gallo, así como sobre la cantidad de soldados que se quedaron con Pizarro, todos coinciden con que esta fue una base decisiva para los reconocimientos que efectuaron los europeos en el Mar del Sur. Además, en épocas posteriores, otros historiadores han analizado y reconstruido esos hechos. Es importante indicar que la aparición reiterativa de la isla en la cartografía antigua, las descripciones sobre su localización, así como la proximidad con respecto a Gorgona, indican que la Isla del Gallo que aparece en el episodio de Pizarro y la punta rocosa que lleva ese nombre en la actualidad, en la bahía de Tumaco, son el mismo lugar.

Aparte de los datos que proporcionan sobre esas gestas, las crónicas y los documentos son parcos en cuanto a otros aspectos. Por ejemplo, sobre el origen del nombre Gallo o las características de los indígenas que, de acuerdo con Herrera y Tordesillas, habitaban la isla cuando Bartolomé Ruiz desembarcó allí en 1524. Según los estudios arqueológicos de Diógenes Patiño, los materiales hallados en la zona en la que se encuentra la Isla del Gallo corresponden a una cultura que comenzó a dejar vestigios al menos desde 880 d. C. y cuyas expresiones pueden rastrearse hasta la invasión europea. Además, el autor considera que las sociedades que habitaban la parte sur del delta del río Patía en el siglo XVI pudieron haber sido sindaguas, calificativo con el cual los castellanos se referían a las naciones guerreras que vivían al sur de la actual Costa Pacífica colombiana.

De acuerdo con el relato de Herrera y Tordesillas, los indígenas de la Isla del Gallo decidieron trasladarse a tierra firme, pues querían evitar el contacto con los invasores. Al parecer, la isla no volvió a habitarse, según sugiere un documento emitido por la Audiencia de Quito en 1636, en el cual se menciona la idea de trasladar indios guapes (o guapis) a la Isla del Gallo, con el fin de poblarla. En ese expediente también se alude a las dificultades para llevar a cabo esa iniciativa, en vista de que los indios se encontraban sacando oro en Timbiquí.

Además de los episodios que dieron notoriedad a la isla durante las expediciones de Pizarro y Almagro en el Pacífico, su nombre volvió a estar en primer plano en el siglo XVII, cuando fue usado para designar un poblado costero creado por españoles: la ciudad-puerto de Santa Bárbara de la Isla del Gallo, fundada en 1631. Esa ciudad, próxima a la isla, fue cabecera de los territorios que estaban hacia las costas del Mar del Sur, en lo que fue una de las tres provincias coloniales en las que se dividió el actual Pacífico nariñense y caucano (las otras dos eran Las Barbacoas y Sindaguas). La ciudad sirvió como puerta de entrada para la introducción de población esclavizada de origen africano y como base de los ataques contra los indígenas sindaguas, a quienes los castellanos tardaron mucho tiempo en doblegar. Entre 1634 y 1635, al mando de Francisco de Prado y Zúñiga, los sindaguas fueron derrotados y los nuevos pobladores pudieron adueñarse de sus territorios, en los cuales existían ricos yacimientos de oro.

Según ha establecido Marta Herrera Ángel, “desde la ciudad se podía ver la Isla del Gallo, de la que distaba una legua”. Tal vez, la proximidad no fue la única razón para la transferencia del nombre, que podría explicarse por las características geológicas de la zona. La acumulación de arena por efecto del oleaje y la erosión de los acantilados parecen haber conducido a que la isla terminara conectada con el continente. Al respecto, es importante anotar que esa relación en ocasiones se revierte. Así, en algunos mapas del siglo XVIII, la Isla del Gallo fue representada como una península, mientras que, en mapas de comienzos del siglo XX, volvió a aparecer separada del continente. En la cartografía actual, la existencia de la isla es imperceptible.

Los fenómenos descritos se enmarcan en una serie de procesos de orden estructural que constantemente transforman los litorales y las desembocaduras de los ríos en la Costa Pacífica del sur de Colombia, a veces durante un mismo día. Por ejemplo, las mareas, la descarga de sedimentos arrastrados por el río y la erosión ocasionada por el agua hacen que los canales que conforman el delta del Patía, algunos de ellos producto de la acción humana, se obstruyan o vuelvan a abrirse, lo cual puede generar que porciones de tierra separadas terminen unidas o producir el efecto contrario. Por lo tanto, no es descartable que la isla y el territorio en el que se ubicaba la ciudad colonial en ocasiones estuvieran conectados a causa de los fenómenos descritos y, por ese motivo, compartieran el nombre de Isla del Gallo.

Diferentes documentos y narraciones dan cuenta de la importancia histórica de la Isla del Gallo, que hoy es un paraje visitado primordialmente por pescadores. La cartografía antigua, los documentos de archivo y las crónicas testimonian que ese pequeño punto fue crucial en el proceso de incorporación de los territorios y pobladores indígenas que habitaban en las costas del Mar del Sur a la Corona de Castilla, así como para la invasión del imperio inca. Por último, indagar sobre la historia prehispánica de la isla es una tarea pendiente. Al respecto, resta decir que su posición estratégica en tiempos de la Conquista quizás sea muestra de la importancia que la Isla del Gallo también había tenido en el marco de las dinámicas territoriales y políticas de los indígenas que ocupaban el actual Pacífico nariñense antes del contacto con los europeos.

Fuente: revistacredencial.com


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